Las epidemias o pandemias ponen a prueba la capacidad de los sistemas de salud y pueden traer consigo nefastas consecuencias sociales y económicas. Además, los efectos negativos pueden ser mayores para las personas en situación de pobreza, con limitado acceso a servicios médicos o de saneamiento. Las megatendencias de cambio climático (M3) y de globalización económica (M5), podrían propiciar la aparición de epidemias recurrentes y pandemias. El reciente brote de coronavirus Covid-19 y su rápida propagación ha demostrado la incidencia de una pandemia, provocando pérdidas de vidas humanas y reducciones en los niveles de producción de las economías. Los efectos han sido desproporcionados en diferentes países y lo serán en el largo plazo, en parte debido a un factor clave: la resiliencia.

La resiliencia se refiere a la habilidad de un país de enfrentar una situación adversa. Conforme a la literatura existente, se puede definir resiliencia como la capacidad de un sistema, país, comunidad o individuo de soportar una disrupción o situación adversa, de adaptarse y hasta transformarse para lograr recuperarse de sus efectos de manera oportuna.¹
Diversos estudios, como el publicado por el Banco Central Europeo (2016)² y por Sondermann (2017)³, encuentran evidencia robusta respecto a la importancia de contar con estructuras económicas e instituciones sólidas para mejorar la resistencia a los choques adversos y reducir la incidencia negativa de las crisis. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD)⁴ ha propuesto recientemente adoptar un enfoque de resiliencia sistémica para hacer frente a disrupciones futuras. Ello supone rediseñar los sistemas socioeconómicos de manera a facilitar una rápida recuperación y adaptación ante un choque.

En el caso de Paraguay, el sistema de salud se ha visto colapsado con frecuencia ante las epidemias de dengue. El escenario actual de pandemia de COVID-19 en el país ha requerido de estrictas medidas de confinamiento, de modo a frenar los contagios y minimizar la cantidad de decesos. A su vez, el paro de actividades económicas ha reducido el ingreso de hogares y familias. Las personas en situación de pobreza y de informalidad son las más expuestas y vulnerables dado que se encuentran excluidas del sistema de previsión social, quedando desprotegidas, tanto ante la crisis sanitaria como a la económica. Esto es especialmente importante para el país considerando que el 63% de la población se encuentra en situación de ocupación informal y el 24% en el umbral de pobreza, conforme a datos de 2019 de la DGEEC. En este sentido se ha constituido en un desafío emergente nacional el diseño de estrategias de corto, mediano y largo plazo para mejorar la resiliencia y la protección social del país ante epidemias. Ello requiere acciones coordinadas y multisectoriales, incluyendo el fortalecimiento del sistema de salud, políticas focalizadas en proteger a los más vulnerables y el impulso de las actividades económicas. La contribución de investigaciones científicas, desarrollos tecnológicos e innovaciones permitirá acelerar y mejorar la respuesta ante esta crisis y a futuras epidemias.